Anoche falleció quien, desde mi poquito saber y joven perspectiva pañalera, fuera el último gran conductor que tuvo el Movimiento Obrero Organizado...
Creo que necesitamos de
Hard para un pantallazo mas completo de su vida y trayectoria política,
sin embargo transcribo una completa síntesis de su vida:
Incontinente y presumida de la buena estrella de su hijo en los '80, mamá Carmen ventiló en aquel tiempo que el nombre Saúl Eldover, fue su tributo a un personaje de radionovela que rompía corazones femeninos durante aquella Argentina de la década infame.
Una retrospectiva de Saúl Eldover Ubaldini, permite decir que la suya también fue una vida de novela. Una novela en la que no predominaron historias de amor, sino continuas luchas de poder, que lo llevaron a saborear la gloria de los que ascienden como un cohete, hasta padecer los rigores de la caída libre por la popularidad perdida y la indiferencia de sus pares.
Fue sí durante su apogeo uno de los sindicalistas que mayor poder político acumuló. Tuvo, además, el carisma y la ductilidad mediática que les faltó a otros poderosos de la constelación sindical peronista, como Augusto Vandor, José Rucci o Lorenzo Miguel.
Amado y resistido en iguales dosis, Ubaldini hostigó a los militares todo lo que pudo, tuvo al PJ bajo su tutela, fue la piedra en el zapato de Raúl Alfonsín y recién con la llegada del menemismo transitó a la decadencia. Con los astros a favor o en contra, nunca cambió el libreto: el suyo fue un discurso contestatario y fundamentado en la doctrina social de la Iglesia, con posturas nacionalistas de contenido emocional que evocaban al peronismo paternalista de los primeros tiempos. La nostalgia era su fuerte, y también su orgullo.
Hijo único de padres obreros —radicales hasta la irrupción de Juan Perón en 1945—, Ubaldini nació en el barrio porteño de Mataderos el 29 de diciembre de 1936. Infancia austera pero feliz, con el oído afilado para el tango y el corazón enfocado en Huracán, su pasión futbolera. Adolescente ya se recibió de técnico industrial y después saltó a la Escuela de Policía Ramón L. Falcón, de la que egresó como oficial. Esa etapa, aunque breve, no era su tema predilecto. Rescataba en cambio sus dos años de conscripción como marinero de la Escuela Mecánica de la Armada, todavía no manchada por el horror.
De vuelta a la vida civil trabajó en un frigorífico, como su padre, hasta ser cesanteado por su militancia sindical. La necesidad de ganarse la vida lo llevó, en 1971, a la Fábrica Argentina de Levaduras, en la calle Tronador. Sería el trampolín a la fama. Siete años después, el protagonismo de aquel fogoso dirigente de la Federación de Obreros Cerveceros, lo convirtió en el candidato ideal para mostrarle los dientes a la dictadura militar, desde la cumbre de una CGT (CGT-Brasil) conformada por los gremios de la Comisión Nacional de los 25, una corriente sindical que tuvo como contracara a la Comisión Nacional de Trabajo (CGT-Azopardo), más inclinada a explorar el diálogo con los temibles gobernantes militares, como auspiciaba el plástico Jorge Triaca.
Ubaldini era joven, voluntarioso, ignoto y fácil de manejar. Eso creían Lorenzo Miguel y el petrolero Diego Ibáñez, naves insignias de las ortodoxas 62 Organizaciones. Con el tiempo, terminarían dándose la cabeza contra la pared más de una vez por haber proyectado al estrellato a un hombre que siempre privilegió su autonomía por sobre los deseos de esa entelequia sindical que son los "cuerpos orgánicos".
Con más o menos suceso, el cervecero motorizó un puñado de huelgas de oposición política al régimen militar y encabezó procesiones por "paz, pan y trabajo" al templo de San Cayetano en el barrio de Liniers (se tornarían un clásico), en repudio a la desindustrialización del país. La protesta más recordada fue la del 30 de marzo de 1982, con epicentro en la Capital. La movilización dejó un saldo de más de mil detenidos, incluido Ubaldini. Paradojas argentinas, tres días más tarde era pasajero del gobierno militar en un vuelo chárter a Malvinas. Antes de que acabase aquel mal sueño apareció junto a Juan Pablo II, pidiendo por la paz, en un palco montado en el Mercado Central.
El acceso de Alfonsín a la presidencia lo dejó perplejo. Pero quedó a salvo del mote de mariscales de la derrota que se ganó la dirigencia sindical que se llevó consigo al precipicio a Italo Luder. La denuncia de un pacto sindical-militar hecha por Alfonsín se había impuesto. Pero con la vuelta de la democracia, Ubaldini se consagró como el virtual jefe de la oposición.
"Dios quiera que nunca tengamos que llegar a ello", dijo a poco de asumir el radical, refiriéndose a la posibilidad de futuros paros. Por lo visto, Dios no quiso: durante el período 1983-1989, se realizaron unas 4 mil huelgas sectoriales y de empresa y 13 paros nacionales, varios acompañados de movilizaciones multitudinarias.
El primer gran encono lo produjo el fallido proyecto de reordenamiento sindical que impulsaba Alfonsín, para que los gremios adoptaran mecanismos democráticos de representación de minorías. Después vendrían cientos de batallas, cuando no por salarios u obras sociales, fueron por una nueva ley de asociaciones sindicales o por reestablecer paritarias. Plan Austral mediante, los cruces verbales con el radical hicieron época: "Mantequita y llorón", lo había llamado Alfonsín. "Llorar es un sentimiento, mentir es un pecado", le devolvió el cervecero que hizo de las camperas de cuero una marca registrada.
El comienzo del fin para Ubaldini se llamó Menem, que ya como Presidente le dio alas al gastronómico Luis Barrionuevo y a los otros "gordos", para buscar apoyo sindical al ajuste salvaje que se venía. El riojano procuró entusiasmar al cervecero con una agregaduría laboral en España. Pero Ubaldini no compró. Y así fue como se atrincheró en la sede de Azopardo, viendo como se iban sus aliados, hasta quedarse literalmente solo en ese viejo edificio, al que sólo abandonó ante una amenaza concreta de desalojo.
La suerte había cambiado. Después de rechazar mil ofertas para ser candidato del PJ, recién en 1991 se decidió a dar la pelea como candidato a gobernador bonaerense y por afuera del partido. Quiso pulsear con Eduardo Duhalde, pero se topó con el carapintada Aldo Rico, que al final se quedó con los votos de una clientela que creía suya. En el 99, Duhalde le tendió la mano y lo hizo diputado nacional dos períodos seguidos. Sindicalmente, buscó renacer con la fundación del MTA (los rebeldes que se fueron de la CGT menemista), pero esa sigla tenía dueño: Hugo Moyano.
Creo que su historia habla por si sola, un gran tipo, un gran conductor sindical y un tipo que nunca hizo bandera de la resistencia al modelo ni se paró en esa resistencia solitaria para construir nada puesto que sabía que el lugar que le corresponde a los conductores del movimiento obrero es siempre la lucha y la resistencia, ello no es una virtud sino una cualidad inherente a su condición.
Ahh... también se murió ayer
Julio Ramos, el Director de Ámbito Financiero que padecía una leucemia fulminante según informa La Nación.
NO SE OLVIDEN DE JORGE JULIO LOPEZ