viernes, julio 18, 2008

LUNES 20 HS


Todos los lunes nos reunimos para hablar de política con algunos compañeros/as de rutas y utopías. Pretendemos hacer de este un espacio plural donde confluir a debatir e intercambiar ideas desde el plano del mas absoluto respeto e invitar a alguien a que nos haga una "iluminación" teorica que sirva de disparador.
En este marco, el lunes 21 de Julio a las 20 Hs. en el Centro Cultural Zaguan Sur, Moreno 2320, nos visita el Ing. Carlos Alberto Cheppi, Presidente del INTA. Desde ya, cualquier persona de buenas intenciones está invitado.

12 Comments:

Blogger Unknown said...

Creo que te equivocaste con la fecha, ese lunes es 21.

19 julio, 2008 18:34  
Blogger G.F. said...

ups... gracias Die!

19 julio, 2008 21:20  
Anonymous Anónimo said...

¿Cheppi no sonríe o se acaba de enterar que es el nuevo secretario de Agricultura?
Una pena estar tan lejos, sería bárbaro poder escucharlo. ¿vas a pegar alguna transcripción, audio o video de encuentro?

21 julio, 2008 15:49  
Blogger Néstor Sbariggi said...

Gonzalo volviste! Cada tanto pasaba a mirar y veía algún post perdido.

Hacés falta.

Un abrazo

21 julio, 2008 17:15  
Blogger G.F. said...

EECA: No, la idea de las charlas es que sea un marco de intimidad donde pueda contar algunas cosas que de transcribirlas no diría o no seria politicamente correcto que lo haga...
Nestor: Aqui estamos nuevamente, vamos a tratar de postear mas seguido, prometo! abrazo grande y gracias...

23 julio, 2008 18:26  
Blogger Daniel de Witt said...

Hola. Hacía tiempo que no aparecía., pero tengo una noticia importante. Si querés, pasá por mi blog.
Saludos.

14 agosto, 2008 08:33  
Anonymous Anónimo said...

Pasé, un gran abrazo, Juan Pablo Peralta
www.portaldelperiodista.blogspot.com

24 agosto, 2008 14:34  
Anonymous Anónimo said...

Por favor dar una mano con el blog somo jovenes con iniciativa pero queremos hacernos conocer.
uninstanteenlapatria.blogspot.com

31 agosto, 2008 23:14  
Anonymous Anónimo said...

LOS HOTELES DE CITAS DE DETRAS DEL CEMENTERIO
Mayo-julio de 1974
La profecía -según un viejo libro argentino del ,que oí hablar con frecuencia, pero que nunca llegué a ver- afirmaba que Perón sería ahorcado por sus seguidores en la Plaza de Mayo, que es la plaza principal del centro de Buenos Aires. Mas Perón murió con su leyenta intacta. MURIÓ. El titular llenaba la mitad de la primera plana de Crónica, un periódico popular de Buenos Aires; y no hubo necesidad de decir quién había muerto.
Tenía ya: setenta y nueve años y estaba en el noveno mes de su tercer mandato presidencial; y su leyenda había durado casi treinta años. Era el militar que había abandonado el código de su casta y sacudido la vieja sociedad colonial y agrícola de la Argentina; había identificado a los enemigos de los pobres; había creado los sindicatos. Había dado un rostro brutal a la bruta tierra de las estancias y' el polo y los hoteles de citas y el servicio doméstico muy barato. Y su leyenda de revolucionario sin par sobrevivió a la incompetencia y el pillaje de su primer mandato; sobrevivió a su derrocamiento en 1955 y a los diecisiete años de exilio que siguieron al 'mismo; sobrevivió a los asesinatos del populacho que le aguardaba a su triunfal retorno, el año pasado; y sobrevivió al fracaso de sus últimos meses en el poder ..
El fracaso fue obvio. Perón no pudo controlar a la Argentina que él había creado veinte años antes. Había identificado las crueldades de la sociedad y, pese a ello, había hecho que esta tarea necesaria pareciese irresponsable: no había podido reorganizar la sociedad que él mismo había minado. Y quizás esa labor de reorganización escapaba a la capacidad de cualquier líder, por imaginativo que fuera. La política refleja una sociedad y una tierra. La Argentina es una tierra de pillaje, una tierra nueva, virtualmente poblada este siglo. Sigue siendo una tierra apta para el pillaje; y su política no puede ser más que una política de pillaje.
. E:J. la Argentina esto lo entiende y lo acepta todo el mundo y al final Perón sólo podía ofrecerse a sí mismo como garantía del propósito de su gobierno, sólo podía ofrecer sus palabras. Al final se había convertido en su nombre solo, una presencia, por encima de todo, por encima del pueblo que actuaba en su nombre, por encima de la inflación y de las escaseces y de la creciente y vertiginosa caída del peso, las luchas entre las facciones, los secuestros diarios y los tiroteos con la guerrilla, los fuertes rumores de pillaje en las altas esferas: por encima de la Argentina, cuya brutalidad y frenesí él había adivinado y explotado, la Argentina por cuya' salvación había vuelto y que ahora deja tras de sí.
Era muy viejo, y quizás su causa había llegado a ser más personal de lo que él mismo suponía: volver a su patria y ser rehabilitado. Hizo las paces con las fuerzas armadas, que anteriormente le habían despojado de su rango. Hizo las paces con la Iglesia, a la que había combatido durante su segundo mandato: moriría teniendo en la mano el rosario que le diera el Papa Pablo. Volvió del exilio convertido en un hombre ablandado, hasta filosófico, con ideas sobre la ecología y el medio ambiente y la unidad de la América latina (El año 2000 nos encontrará unidos o dominados). Pero estas ideas estaban muy alejadas de las ansiedades de sus seguidores y de los conflictos del poder existentes en el país. Y al final parecía haberse dado cuenta de que el país escapaba a su control.
Hace dos años, cuando todavía gobernaban los militares, todo el mundo era peronista, incluso los sacerdotes maoístas y los guerrilleros trotskistas. Perón, o su nombre, unía a todos los que querían ver el final del gobierno militar. Pero, inevitablemente, cuando Perón empezó a gobernar, se hizo necesario distinguir entre los peronistas verdaderos y los «infiltrados». Y el hombre que había vuelto como líder nacional, como el conductor de todos los elementos opuestos que integraban el movimiento que llevaba su nombre, empezó una vez más, como el viejo Perón, a detectar enemigos. Había enemigos en la izquierda, entre los grupos guerrilleros que habían ayudado a llevarle de nuevo al poder. Había enemigos en la derecha. A medida que pasaban los meses, eran tantas las personas consideradas como saboteadoras del actual proceso político. Semana tras semana el semioficial El Caudillo identificaba nuevos enemigos. Tantos enemigos: hacia el final volvía a detectarse en las palabras de Perón el mismo tono impotente, agraviado que se percibiera en sus escritos, tras su derrocamiento, en 1955.
El lO de junio la esposa de Perón, la vicepresidenta, en un discurso que la prensa publicó al día siguiente en anuncios a toda plana, habló de los especuladores y los acaparadores y otros verdugos de la nación que eran responsables de las escaseces y de· los elevados precios. Perón no podía hacerlo todo, dijo la vicepresidenta; y se preguntó si el país no le estaría fallando a Perón. E] 11 de junio el ex secretario, compañero y adivino de Perón, López Rega, a la sazón ministro de Bienestar Social, habló más claramente. Ante un grupo de gobernadores provinciales dijo: «Si el general Perón abandona el país antes de haber cumplido su misión, no se irá solo. Su esposa se irá con él, y este servidor también.»
Perón, dijo Rega, no podía hacerlo todo y no debía esperarse que lo hiciera. La filosofía del justicialismo no consiste solamente en gritar Viva Perón. Significa tomarse en serio el sentido de esta filosofía, que consiste sencillamente en que todos, sin dudarlo, deberíamos cumplir los objetivos de grandeza y satisfacción para que pudiésemos tener una nación feliz. Palabras sin sentido: las he traducido lo mejor que me ha sido posible; pero después de la identificación de enemigos, quizás era la única forma en que podía definirse el peronismo.
La esposa había hablado, el secretario había hablado. Al día siguiente habló el mismísimo Perón. Bruscamente, en una reunión donde se esperaba que hablase de otras cosas, anunció que se sentía harto y desanimado y que si no recibía más cooperación, estaba dispuesto a entregar el gobierno a gente que se creyera capaz de hacerlo mejor.
Los sindicatos respondieron inmediatamente. Pidieron a sus afiliados que interrumpieran el trabajo. En las Sierras de Córdoba, donde me encontraba· en aquel momento, los conductores de autobús ni siquiera sabían de qué iba la cosa o dónde pasaba algo; lo único que sabían aquellos sindicalistas curtidos por las huelgas era que los autobuses dejarían de funcionar después del mediodía. Resultó que donde pasaba algo era sólo en Buenos Aires; allí se organizó rápidamente una gran concentración sindical en la Plaza de Mayo. Perón dirigió la palabra a los concentrados y. recibió el aplauso' de los mismos; se declaró satisfecho y se dio por sentado que, después de todo, no dejaría que el país se cociera en su propia salsa. El gabinete entero dimitió aquella tarde; uno o dos ministros concedieron entrevistas durante las cuales hablaron gravemente. Parecía que por fin iba a denunciarse alguna traición y que caerían unas cuantas cabezas. Pero no cayó ninguna cabeza; el gabinete entero fue nombrado de nuevo.
Fue un acontecimiento curioso: tan bien preparado, tan dramático en su efecto, y luego sin ninguna consecuencia. Los periódicos, llenos de crisis un día, diciendo que toda la república estaba en tensión, al día siguiente se olvidaron tranquilamente del asunto. Los periódicos son así en la Argentina. Fue el último acto demagógico de Perón, su último floreo político. Y nadie sabrá qué había detrás, si es que algo había, si la enfermedad y la muerte pusieron fin a algo nuevo, algo que iba a dejar claro el .propósito y los planes de nuevo gobierno. Era lo
que la gente esperaba. Nadie sabía qué estaba pasando en la Argentina; y algunas personas empezaban a tener la impresión de que quizás no lo sabían porque nada había que pudiera saberse.
El misterio no es el misterio de Perón solo, sino el de la Argentina, donde las realidades políticas, del pillaje y de las animosidades engendradas por el pillaje, han sido disimuladas por la retórica durante tantos años. La retórica no engaña a nadie. Pero en un país donde el gobierno jamás ha sido abierto y los recursos intelectuales son escasos, la retórica de un régimen suele ser la única explicación del mismo que sobrevive. La Argentina posee el aparato de una sociedad culta, abierta. Hay periódicos y revistas y universidades y editoriales; hay incluso una industria cinematográfica. Pero el país todavía no tiene una idea de sí mismo. Calles y avenidas se bautizan con nombres de presidentes y generales, pero no existe el arte del· análisis histórico; no existe el arte de la biografía. Hay leyenda y romance antiguo, pero no historia verdadera. Solamente hay anales, listas de gobernantes, crónicas de acontecimientos.
El más agudo de los comentaristas políticos de la Argentina es Mariano Grondona. Aparece en la televisión y se dice que es de una buena familia argentina. A fines de mayo, Gente, un popular semanario ilustrado, entrevistó a Grondona y le pidió que analizase los acontecimientos del año pasado: el año de la desintegración del peronismo como movimiento nacional, el año de la detección y expul~ sión de enemigos. Gente consideraba que los puntos de vista de Grondona eran lo suficientemente importantes como para dedicarles cinco páginas.
Para entender la historia de la Argentina, dijo Grondona, era necesario dividirla en époeas. Desde 1810, año de la independencia, había habido siete épocas. Siete repúblicas; casi: a la Argentina ha· bía que verla como país con una historia al estilo francés; una historia latina. La mentalidad latina funcionaba partiendo de principios; agotaba un grupo de principios y, atravesando una serie de trastornos, avanzaba hacia un grupo nuevo. Los anglosajones, más pragmáticos, no definieron sus principios. Por consiguiente, evitaron los períodos de caos; pero, al mismo tiempo, no gozaron de «esos instantes magníficos en que todo recomienza».
La quinta época de la historia argentina, de 1945 a 1955, fue la del peronismo. La sexta época, de 1955 a 1973, fue la militar, la época de la exclusión del peronismo. La séptima época, iniciada en 1973,
171fue la de las instituciones revividas, .la del retorno del peronismo. Esta última época, aunque de solo un año de edad, había sido confusa; pero lo sena menos si se dividiese en etapas. Perón, al igual que Mao, vivía «en etapas». El peronismo tuvo que pasar primero por una etapa sonriente, cuando buscaba el poder; luego por una etapa batalladora, cuando luchaba por el poder; y luego por una etapa aparentemente estable, cuando ya. había alcanzado el poder. Cierto número de peronistas hablan quedado encallados en la segunda etapa, la batalladora; por eso había sido necesario librarse de ellos.
No se trata en el análisis de Grondona, de gente que actúe mal o con la que se actúe mal. Si alguien lo había pasado mal durante el año peronista, era sencillamente porque no había entendido este asunto tan argentino de las épocas y las etapas .. Algunos habían confundido las etapas, como el dentista que, habiendo llegado a la presidencia como candidato propuesto por Perón, luego habla sido destituido por considerársele un traidor~ .. _ ..
Otros acontecimientos dlficiles del verano se hicieron más claros una vez se comprendió que una etapa consistía en grandes días, jornadas;, y habia jornadas, aparentemente caóticas, que podian dividirse en fases. «Estamos acostumbrados a esta pauta de épocas y jornadas ... Habrá otras épocas y otras jornadas. Estoy convencido de eso. Todo lo que podemos pedirle a ésta es que cumpla su deber histórico.» .
Así concluye Grondona su análisis, encajando una frase de retórica argentina en el relato de un año de lucha feroz por el poder. Ante el forastero, Grondona, con su agilidad mental y su entusiasmo, aparece curiosamente objetivo: podria estar. hablando de un país lejano. Resulta dificil lmaginar, basándose en sus palabras, que todavía se asesina y se secuestra en las calles, o que en junio el ejército luchaba contra los guerrilleros en Tucumán, o que los periódicos, bajo el titular general de Guerrillerismo, publican las noticias de los sucesos protagonizados por la guerrilla el día anterior. Hay objetividad y cinismo inconsciente en la crónica de Grondona. Ve la vida política del país como si fuera poco más que una lucha por el poder político. Da la impresión de que no hay un bien más elevado. y -lo que es más alarmante y revelador- la crónica se ofrece a los lectores de Gente como si fueran personas que no conocieran un bien más elevado.
De esta manera Perón y su leyenda pasan a los anales. La leyenda es admirada ahora; es casi seguro que, con el correr del tiempo, será vilipendiada. Pero la leyenda en sí no cambiará: será lo único con que cuente el pueblo para guiarse. Así es como se escribe la historia en la Argentina. Y quizás un pueblo que hubiera aprendido a leer su historia de otra manera, que hubiera dejado de aceptar la política del pillaje, habría podido ahorrarse la futilidad del último año de Perón.
Mas la historia, tal como se escribe, forma un todo con la política. Y la política refleja al pueblo y a la tierra. Hay argentinos que piensan que su país merecía algo mejor que Perón. Opinan que su país se vio ridiculizado y disminuido por el gobierno cortesano de Perón del año pasado: Perón, el macho decrépito; Isabelita, su consorte y vicepresidenta; López Rega, el poderoso secretario-adivino: el sultán, la sultana y el gran visir.
Mas Perón era lo que era porque tocaba a la Argentina tan de cerca. Intuía las necesidades de sus partidarios: allí donde parecía violar, acostumbraba a triunfar. Fue demasiado lejos cuando le hizo la guerra a la Iglesia en su segundo mandato presidencial; pero ése fue su único error como líder de un pueblo. Hizo que saliera a la superficie, con estridencia, la realidad proletaria e inmigrante de un país donde, en las revistas del corazón, sigue reinando el mito de las familias «antiguas» y el polo y los romances en la estancia. Mostró al país lo que éste no reconocía: que la mitad de su rostro era india. Y, al imponer sus mujeres a la Argentina, primero Evita y luego Isabelita, la una actriz, la otra bailarina de cabaret, ambas provincianas, al convertir a las mujeres de fáciles víctimas del macho en gobernantes del mismo, aplicó una justicia severísima a una sociedad gobernada aún por un machismo degenerado, el cual decreta que el lugar de una mujer es esencialmente. el burdel.
Con todo, sigue habiendo algo extraño en Perón: hablaba mucho de la grandeza del país, pero, él mismo y su movimiento expresaban muchas de las debilidades de su país, revelándolas como irremediables.
El avión al descender hacia el Aeropuerto de Ezeiza, en las afueras de Buenos Aires, sobrevuela la verde tierra del Uruguay, otrora tan rica y en la actualidad, al igual que la Argentina, una tierra de desorden y pesadumbre; y luego sobrevuela el amplio estuario del Río de la Plata, con sus aguas color chocolate. Bruscamente, en la tierra leonada y llana del sur del estuario se alzan los edificios blancos y grises de Buenos Aires: una ciudad de extensión inexplicable que parece colocáda arbitrariamente en el borde mismo de un continente vacío, junto a la inmensidad de las aguas turbias. El avión lo muestra todo: el gran estuario, la súbita ciudad de ocho millones de habitantes, el borde exterior del vasto, llano, vacío hinterland: la sencilla geografía de una remota tierra meridional con una sencilla historia de genocidio indio y de conquista europea. No derepoblación: la repoblación habría creado una ciudad más pequeña, tal vez habría poblado y humanizado el hinterland indio.
No existe aún, en la Argentina, un mito del noble indio. El recuerdo del genocidio es demasiado cercano; todavía es algo que los anales deben despachar en una o dos líneas. En la Argentina al extinto indio de la pampa se le detesta de manera instintiva y total: lo que más aterroriza a los argentinos es que la gente de otros países pueda pensar que la Argentina es un país indio. Borges, que es muy viejo, ha dicho muchas veces a sus entrevistadores extranjeros que los indios de la Argentina no tenían importancia. Y, a juicio de un conocido mío, artista de cuarenta años, los indios de la pampa eran «como la hierba».
De la gran ciudad surgen carreteras en todas las direcciones, cruzando el hinterland que en otro tiempo fuera indio. La ciudad se resiste a morir; casas de ladrillo bajas, parecidas a cajas, bordean las carreteras kilómetro tras kilómetro. Por fin el paisaje se despeja; y entonces, muy rápidamente, la llanura de la pampa, la altura del cielo, las distancias y el vacío entorpecen la capacidad de reacción. Aquí no crecía ningún árbol. Pero en la tierra rica, inexplotada, ahora los árboles crecen de prisa, y de vez en cuando altos eucaliptos ocultan un parque y una casa grande. La tierra está llena de nombres militares, los nombres de generales que les arrebataron la tierra a los indios y, con una rapacidad que todavía hiere la imaginación, se concedieron a sí mismos amplias extensiones de terreno, fincas, estancias, grandes como condados.
Era la época del gran empuje imperialista en muchos continentes. Mientras el presidente Roca se dedicaba a exterminar sistemáticamente a los indios, los belgas exploraban su flamante Congo. Joseph Conrad vio a los belgas en acción, y en El corazón de las tinieblas capta su frenesí. «Su forma de hablar era la propia de sórdidos bucaneros; era temeraria sin intrepidez, codiciosa sin audacia, y cruel sin coraje; no había ni un átomo de previsión o de intención seria en ellos, y no parecían darse cuenta de que todas estas cosas se necesitan para la obra del mundo.» Las palabras se ajustan al frenesí argentino; expresan aquel estado anímico y aquella nulidad moral de la empresa argentina que, a través de las generaciones, han desembocado en el fracaso de hoy.
Los grandes dominios particulares se han dividido, pero las estancias siguen siendo muy grandes. La escala aún es sobrehumana. Las estancias están mecanizadas y requieren poca mano de obra; el paisaje permanece vacío y deshumanizado. Hay poblaciones pequeñas, frágilmente asentadas· en la pampa, pero sólo proveen a las necesidades más elementales: el club nocturno que :teja estupefacto y permite a personas que ya lo han dicho todo' permanecer juntas varias horas sin decir nada; el hotel de citas, que simplifica el mundo aún más; el garaje. Lejos de las carreteras se siente la desolación. Las carreteras sin asfaltar son anchas y rectas; los árboles escasean; y la tierra llana se extiende, ininterrumpida, hasta el horizonte. El sentido de la distancia se altera: las cosas que están a kilómetros de donde nos encontramos parecen cercanas -un trabajador de una estancia montado a caballo, un grupo de árboles, un cruce de carreteras sin asfaltar-o La desolación sería completa sin los pájaros; y éstos, numerosos, insólitamente grandes y de colores llamativos, realzan el carácter extraño de la tierra y la escasez de hombres. Cada mañána aparecen cadáveres de lechuzas pardas en las carreteras que cruzan la pampa.
Aquí la tierra es algo que debe trabajarse. No es una cosa bella que esté destinada a la contemplación; no ha sido santificada por el cine, la literatura o el arte, o por la vida de comunidades arraigadas. La tierra en la Argentina, como le oí decir a· un banquero de otro país sudamericano, sigue siendo sólo una mercancía. Es una inversión, una forma de protegerse de la inflación. Es algo que puede enajenarse sin pena. La riqueza de la Argentina está en la tierra; esta tierra explica la gran ciudad que se alza a orillas del estuario. Mas la tierra ha pasado a no ser el hogar de nadie. El hogar está en otra parte: Buenos Aires, Inglaterra, Italia, España. Puedes vivir en la Argentina, dicen muchos argentinos, sólo si puedes irte.
La Argentina creada por los ferrocarriles y por los fusiles Remington del presidente Roca todavía tiene la estructura y el propósito de una colonia. Y,curiosamente, por el modo en que se fundó y por sus estatutos de asociación implícitos, es igual que una colonia del imperio español del siglo XVI, con la misma codicia y las mismas debilidades internas, el mismo potencial para la disensión, el mismo cinismo y la misma esterilidad. Obedezco pero no cumplo: ésta era la actitud del conquistador o el funcionario del siglo XVI, cuyo contrato le ligaba solamente al rey de España y no a los demás súbditos del mismo. En la Argentina el contrato no se establece con los demás argentinos, sino con la tierra rica, la preciosa mercancía. Así era al principio e, inevitablemente, así continúa siendo.
No hay rey (aunque Perón era eso, el hombre en cuyo nombre actuaba todo el mundo). Pero hay una bandera (los colores, azul y blanco, honran a un santo, pero a los argentinos se les enseña que son los colores de su cielo). Y los que piensan que la tierra les ha fallado agitan la bandera: los trabajadores en las ciudades, los jóvenes de traje nuevo, hijos de inmigrantes que han llegado a ser médicos o abogados. Pero este patriotismo es menor de lo que parece. En la Argentina, aún por hacer, defectuosa desde su concepción, sin historia, todavía sin otra cosa que anales, no puede haber ningún sentimiento por un pasado, por una herencia, por unos ideales compartidos, por una comunidad de todos los argentinos. Cada argentino quiere . ratificar su propio contrato con la tierra que ha dado Dios, milagrosamente limpia de indios y todavía vacia.
Hay muchas Argentinas y todas ellas existen dentro de la idea de la riqueza de la tierra. En el noroeste hay una Argentina más antigua, colonizada por los españoles que bajaron hacia el sur desde el Perú. Al pie de la Cordillera se encuentra la ciudad de La Rioja, fundada hace casi cuatrocientos años por un español que buscaba oro. Es distintiva; sus habitantes son de la !ierra y medio indios. Es completa de un modo que no se encuentra en las ciudades de la Argentina nueva, de la que le separa la desolación lisa y sin agua de los llanos, que al pasajero del autobús le parece bisecada hasta el mismísimo horizonte por la carretera negra y recta, cuyos bordes se muestran borrosos á causa de la arena arrastrada por el viento.
Pero al final de esa carretera, y entre las Sierras de Córdoba, donde los cipreses y sauces importados crecen en bosquecillos irregulares, mediterráneos, en las laderas estériles, hay un pensionado de estilo inglés, fundado recientemente. Tiene éxito y está bien equipado; el director, cuando le vi, acababa de llenar la biblioteca con una costosa colección uniforme de los mejores libros del mundo.
La escuela podría parecer un anacronismo, dice su director; pero su meta no consiste en crear caballeros ingleses, sino en crear caballeros para la Argentina. Hay partido de rugby el sábado por la mañana. Una escuela de Córdoba visita el pensionado, cuyos sirvientes asan gruesos pedazos de carne roja en un enorme foso para barbacoas. «Muy propio de anglosajones inventar un deporte como el rugby», dice el joven maestro, que acaba de liberarse de las constricciones de Londres y florece en . la atmósfera de libertad y fantasía que la vaciedad de la Argentina sugiere agradablemente a la gente que acaba de llegar.
Aquella mañana, en la iglesia local, los residentes británicos de edad avanzada, personas jubiladas, habían rezado tanto por Perón como por la reina. La noche anterior se habían reunido en un hotel para ver la película de la boda de la princesa Ana.
A media hora de autobús hay una población de campesinos hispanoitalianos: casas bajas, yeso agrietado, ladrillos rojos al descubierto, árboles desmochados, polvo, colores mediterráneos, mujeres de negro, muchachas y niños en los portales. El agua escasea. Existe una presa grande, pero se agrietó hace dos años. La gente cultiva algodón y aceitunas y considera que su población es rica.
El viaje de diez horas en autobús desde lá ciudad industrial de Córdoba, donde fabrican automóviles, hasta la ciudad de La Rioja es como un paseo a través de muchos países, muchas eras, muchas culturas ancestrales que se desvanecen. La cultura ancestral se esfuma, y la Argentina no ofrece nada que la sustituya. Sólo ofrece la tierra, la comida barata y el vino barato. A la gente que vive junto a la carretera de Córdoba a La Rioja, le ofrece alojamiento y lo que en otro tiempo pareció una libertad gloriosa. A ninguna de estas personas les ofrece un país. A causa de una ironía inverosímil, se cuentan entre las últimas víctimas del imperialismo, y no sólo en el sentido en que lo dijo Perón.
La Argentina es una sencilla sociedad materialista una sencilla sociedad colonial creada durante la fase más 'rapaz y decadente del imperialismo. Ha disminuido y embrutecido a los hombres a los que atrajo con la promesa de una vida fácil y a los que no ofreció ningún otro ideal, ninguna idea nueva de la asociación humana. Nueva Zelanda, Igualmente colonial, también con un pasado de desposeimiento de los nativos, pero fundada en un período ~imperial anterior, sobre principios distintos, ha tenidoo una historia diferente. Ha hecho cierta aportacion al mundo; de su población de tres millones de habitantes han surgido más hombres y mujeres dotados que de los veintitrés millones de argentinos.
Hace dos años, cuando acababa de llegar a la Argentina, .un académico me dijo, durante la hora punta en Buenos Aires: «Diríase que estamos en un país desarrollado.» En aquel momento no me fue fácil comprender su ironía y su amargura. Buenos Aires es una metrópoli tan abrumadora que se tarda tiempo en comprender que es nueva y ha sido importada casi en su totalidad; que su vida metropolitana es una ilusión, una imitación colonial; que se nutre de otros países y que en SI misma es estèril. La gran ciudad se creó para que sirviera a su hinterland y se instaló, completa, en el borde ~el continente. Su extensión no la dictaron sus propias necesidades, ni fue reflejo de su propia excelencia,. Buenos Aires, dada la naturaleza de su creacion, nunca requirió excelencia: ése ha sido siempre uno de sus atractivos. Dentro de la metrópoli importada está la estructura de una sociedad desarrollada. Pero a menudo los hombres parecen remedar sus propias funciones. Son tantas las palabras que en la Argentina han adquirido un significado inferior: general, artista, periodista, historiador, profesor, universidad, director, ejecutivo, industrial, aristócrata, biblioteca, museo, zoo; son tantas las palabras que hay que poner entre comillas. Escribir con realismo sobre esta sociedad presenta dificultades peculiares; describirla fielmente en la ficción podría resultar imposible.
Para unos hombres tan disminuidos sólo queda el machismo. Existe el machismo del campo de fútbol o del hipódromo. y existe el machismo como simple moda: el motorista de la policía, por ejemplo, con sus antiparras y sus guantes, zigzagueando a toda velocidad, con la sirena aullando, abriendo paso al coche oficial. Pero en realidad el machismo trata de la conquista y la humillación de las mujeres. En la sociedad estéril es el sacrificio de los más simples a manos de los simples. Las mujeres argentinas son incultas y tienen pocos derechos; las crían para que se casen jóvenes o para el servicio doméstico. Muy pocas disponen de dinero o del medio de ganarlo. Están destinadas a ser víctimas; y ellas aceptan su papel de víctima.
Ningún hombre sobresale por su machismo, toda vez que se da por sentado que todo hombre es un macho. La conquista sexual es un deber. Tiene poco que ver con la pasión o siquiera con la atracción; y las conquistas no se consiguen por medio de la virilidad ni de alguna habilidad especial. En una sociedad que se rige hasta tal punto por la idea del pillaje, los atractivos del macho, desde lo más alto hasta lo más bajo de la escala del dinero, son esencialmente económicos. La ropa, reflejo de la riqueza o clase del macho, es un importante signo sexual. Lo mismo el billetero. Y las llaves del macho, símbolos de la propiedad, han de estar a la vista. El simbolismo es crudo; pero la sociedad no es sutil.

El conductor de autobús, macho de poca monta, cuelga sus dos llaves del cinturón, sobre la cadera derecha; a veces esa cadera, en el «ejecutivo», aparece decididamente cubierta de metal, las llaves colgando del cinturón por medio de gruesos anillos. El dinero hace al macho. El machismo necesita, e impone, una extensa prostitución amateur; es una sociedad que vomita sobre sí misma.
. El asunto ha sido institucionalizado; y a la institución la sirve una gigantesca red de hoteles de citas. Los hay por doquier, abiertos día y noche. Enormes edificios nuevos, su función proclamada por rótulos de neón y una charrería general, se suceden unos a otros a la vera de la carretera Panamericana. En el corazón de la ciudad, detrás del cementerio de la Recoleta, donde están enterrados los personajes ilustres, hay una avenida de altos hoteles de citas. Los burdeles cobran por horas. En el penumbroso vestíbulo de uno de estos lugares puede que un foco rojo proyecte su luz juguetona sobre un busto de mujer tosco, color de bronce: el arte malo de la Argentina. Toda colegiala conoce los hoteles de citas; desde una edad muy temprana comprende que quizás algún día tenga que acudir a ellos para encontrar el amor, entre las luces de colores y los espejos.
El acto sexual sencillo, que se compra fácilmente, tiene poca importancia para el macho. Su conquista de una mujer sólo es completa cuando la ha sodomizado. Esto es lo que la mujer tiene la facultad de rechazar; en esto consiste el juego del hotel de citas, la aventura latina, que se inicia hablando de amor. La tuve en el culo: así es cómo el macho da cuenta de su victoria a su círculo de amistades o le quita importancia a una deserción. Los sexólogos contemporáneos otorgan una dispensa general a . la sodomía, al coito anal. Pero sodomizar a las mujeres reviste una importancia especial en la Argentina y en otros países latinoamericanos. La Iglesia lo considera un pecado grave y a las prostitutas les horroriza. Al imponerle lo .que las prostitutas rechazan, y lo que él sabe que es una especie de versión sexual de la misa negra, el macho argentino, que suele descender de campesinos españoles o italianos, deshonra conscientemente a su víctima. De esta manera los hombres disminuidos, al recurrir al machismo, se disminuyen todavía más, reemplazando incluso el sexo por una parodia.
El dibujante Sábat, en uno de sus dibujos, parecidos a los de Grosz, ha hecho alusión a la naturaleza enferma, semicastrada del machismo. Hace unos días se estrenó en Buenos Aires una película que tuvo gran éxito: Boquitas pintadas, realizada por el más famoso de los directores argentinos y basada en una novela de un escritor argentino, Manuel Puig. La película -torpe, con actores que exageran, sin finura- cuenta la vida y la muerte de un macho provinciano que padece tuberculosis. Me pareció una película sin objetivo, una crónica de la vida real desprovista de toda pauta. Pero el público argentino lloraba: para él la tragedia residía en la previsible muerte del macho, el chico pobre de una familia humilde que hacía sus conquistas por la vía más difícil, valiéndose de su cara bonita.
Para el extranjero, la tragedia residía en otra parte: en la aparente ausencia de motivos de una parte tan grande de la acción. No se alude a ninguna relación y ni el novelista ni el director parecen ofrecer comentario alguno: es como si, en la sociedad del machismo, se hubiera perdido hasta la noción de que las relaciones más profundas son posibles. Después de la muerte del macho, una de sus mujeres tiene un sueño: con colores blanqueados, a cámara muy lenta, la película nos muestra al macho saliendo de su sepultura, vestido con sus más .elegantes ropas de macho, alzando a la mujer en brazos, entrando con ella por una ventana del dormitorio y colocándola sobre .la cama. Con esta fantasía necrófila concluía la película. Y los espectadores lloraban.
Salir del cine después de esto, pasar junto a la larga cola de gente que esperaba entrar en el local, ver las luces de los cafés y bares atiborrados de clientes los jóvenes con tejanos de perneras acampanada~, fue constatar vivamente el mimetismo y la alienación de la gran ciudad. Fue darse cuenta de lo incompleto y degenerado de estas personas trasplantadas que parecían tan enteras; empezar a comprender y a temer su violencia, su crueldad , su creencia en la magia así como la fascinación que en ellas ejerce la muerte, celebrada cada día por .los periódicos con sus fotografías de personas asesinadas a menudo víctimas de la guerrilla, en sus ataúdes.
Después del genocidio, una gran parte de nuestro planeta está siendo transformada en un yermo. El fracaso de la Argentina, tan rica, tan poco poblada, veintitrés millones de personas en poco menos de tres millones de kilómetros cuadrados, es uno de los misterios de nuestro tiempo. Comentaristas como Mariano Grondona, desenmarañando el caos liándose con las etapas, tratarán de encontrar
sentido a actos irracionales y acontecimientos sin trascendencia diciendo que la Argentina tiene una historia de estilo francés. Otros ofrecerán explicaciones políticas y sugerirán remedios de la misma índole. Pero la política tiene que ver con la naturaleza de la asociación humana, el contrato de hombres con hombres. La política de un país sólo puede ser :una extensión de su idea de las relaciones humanas.
Perón, como líder popular, expresaba en sí mismo muchas de las debilidades de su país. Y es necesario mirar hacia donde él, el más grande de todos los machos (sin hijos y, según se dice, impotente), señalaba: al centro de Buenos Aires y a aquellos altos hoteles de citas, obscenamente echadas las persianas, que se alzan, muy apropiadamente, detrás del cementerio.

06 septiembre, 2008 21:09  
Anonymous Anónimo said...

EL TERROR
Marzo de 1977
En la Argentina los coches asesinos ~los coches que los pistoleros oficiales utilizan para hacer su trabajo son Ford Falcon. El Falcon, que se fabrica en lá Argentina, es un coche pequeño y resistente cuyo aspecto no llama la atención, y los hay a millares en las carreteras. Pero a los Falcon asesinos se los reconoce fácilmente. No llevan matrícula. Los coches ~y los policías de paisano que van en ellos~ exigen que se les p¡:este atención; y a veces la gente
se para a miradas. '
Como se pararon a miradas hace unas semanas en la plaza principal de la ciudad norteña de Tucumán: los Falcon aparcados en la calzada semicircular de la Casa de Gobierno, un vistoso edificio de piedra parecido a una casa de campo europea del siglo XIX, pero 90n soldados indios armados con ametralladoras en la balconada y en los cuidados jardines sub tropicales : un atisbo, finalmente, de uniformes, apretones de mano, saludos, hasta que los hombres de paisano, al igual que actores encarnando - a un grupo de aristócratas en una cacería, pero con ametralladoras debajo de sus Burberrys auténticos o de imitación, descendieron por la amplia escalinata, subieron a los cochecitos y se alejaron a poca velocidad y sin hacer sonar las sirenas.
Las autoridades han comprendido el efecto dramatico del silencio. Forma parte del terror que quieren que se sienta como terror.
El estilo es importante en la Argentina; y en la prolongada guerra de guerrillas ~a pesar de la sangre auténtica, de la tortura auténtica~ ha existido siempre un elemento de machismo y de teatro público. Antes, los policías se colocaban a cierta distancia de los cruces, con las ametralladoras preparadas; de noche, las calles comerciales del centro de Buenos Aires eran patrulladas por soldados con botas y cascos, acompañados por perros lobos; de vez en cuando, a guisa de extravagancia dramática, aparecian los hombres de la brigada antiguerrillera de motoristas. En aquellos tiempos, la guerra era princIpalmente una guerra privada, entre los guerrilleros por un lado y el ejército y la policía por el otro. Ahora la guerra toca a todo el mundo; el teatro público ha cedido su puesto al terror público.
A todos les han arrebatado el estilo, salvo a los hombres de los Falcon. La guerrilla sigue operando, pero a los periódicos les está prohibido hablar de ella. Sólo les permiten publicar los repetitivos comunicados oficiales, la lista de bajas y generalmente estas cosas aparecen como noticias pequeñas en las páginas interiores, sin ninguna relación aparente con el resto de las noticias: en tal lugar, en tal fecha, en tales circunstancias, se dio muerte a tantos o cuantos subversivos o delincuentes, tantos hombres, tantas mujeres. Se cree que los comunicados únicamente representan una fracción de la verdad: son demasiadas las personas que desaparecen.
Al principio ~después del caos y la casi anarquía de la restauración peronista~ se creía que las muertes violentas eran buenas para la economía. La guerra era la guerra, decía la gente; había que erradicar a las guerrillas, que ahora eran como ejércitos privados, sin ningún objetivo reconocible; había que disciplinar a los sindicatos y a sus líderes después de la licencia y la corrupción de los años peronistas. (No más viajes gratis a Europa en Aerolíneas Argentinas para aquellos sindicalistas, ostentosos machos provincianos que exigían la atención de los tripulantes, cada hombre, después de la cena, acomodándose con su montón de revistas de «comics» y fotonovelas, lectura ligera para los largos vuelos nocturnos, humedeciéndose las puntas de los dedos anillados antes de volver las páginas.) Había que crear otra Argentina, una Argentina más decorosa; al país (como si el país fuese una abstracción económica, algo que pudiera separarse del grueso de la población) había que ponerlo en marcha otra vez.
y mientras los salarios eran reprimidos como el pecado, los banqueros santos de la Argentina hacían sus propios milagros inflacionarios. Ofrecían el 8 por ciento mensual o el 144 por ciento anual por el peso y devolvieron momentáneamente la fe a numerosos buenos argentinos que llevaban años rogando para que el agua de sus pesos se .convirtiera en el vino de los dólares. Durante los primeros meses del terror la bolsa de valores experimentó un «boom»· se hicieron fortunas partiendo de la nada; la Argentina parecía ser otra vez ella misma. Pero ahora -incluso con ese 144 por ciento- el terror está demasiado próximo.
Ya no es posible detectar pauta alguna en el terror. No son sólo los guerrilleros y los sindicalistas y los escasos intelectuales del país los que se ~en amenazados. Cualquier persona puede ser detenida. La tortura es rutinaria. Incluso obreros que tuvieron la mala fortuna de estar trabajando en un piso en el momento de producirse una incursion han sido detenidos, retenidos durante unas horas y torturados con todos los demás, tan· automático es el. proceso: la venda apretada con fuerza sobre los ojos, hundiéndolos en las cuencas, la capucha, la paliza, las descargas eléctricas que dejan señales de quemaduras que tardan dieciocho días en desaparecer y luego el misterioso viaje en el portaequipajes del Falcon y el sadismo de la puesta en libertad: «Te llevamos al cementerio ... A ver, cuenta hasta cien antes de quitarte la venda de los ojos.»
Actualmente, en la Argentina casi todo el mundo conoce a alguien que ha desaparecido o ha sido arrestado o ha sufrido torturas. Incluso algunos militares han recibido aviso, gracias a la intervención de amigos militares como ellos, para que se hicieran cargo de los cadáveres de sus hijos, cadáveres que, en otro caso, habrían sido destruidos o tirados en cualquier parte, a veces arrojados por las olas, mutilados y descompuestos, en Montevideo, al otro lado' del Río de la Plata. A una mujer le enviaron las manos de su hija en una caja de zapatos.
Existe todavía, para las personas distinguidas o conocidas, el arresto legal bajo acusaciones concretas. Pero debajo de eso no hay ley. Se llevan a la gente y nadie es responsable. Si alguien pregunta al ejército le dicen que acuda a la policía y ésta vuelve a remitirle al ejército. Ha surgido un lenguaje especial: a un padre angustiado le dirán que el caso de su hijo está «cerrado». Nadie sabe realmente quién hace qué o por qué lo hace; se dice que ahora, pagando un precio, se puede hacer desaparecer a cualquiera.
Buenos Aires está lleno de personas aturdidas y trastornadas que piensan solamente en la huida, que ya no son capaces de tomar partido, que no consiguen ver ninguna causa en la Argentina y que, por fin, se dan cuenta de la barbarie que desde hace tiempo como contrapeso de la certeza de su propia seguridad y del antiguo señuelo argentino de la tierra rica y espaciosa, el dinero fácil y la carne abundante, el ,señuelo expresado por las palabras que con tanta frecuencia cierran una discusión en la Argentina: «Todavía aquí se vive mejor.» .
. Barbarie, en una ciudad que se ha considerado a sí misma europea, en un país que, debido a esa ciudad, se ha enorgullecido de su civilización. Barbarie debido a esa misma idea: la civilización sentida como algo lejano, algo que otros mantienen en marcha por arte de magia: la civilización de Europa divorciada de toda idea de vida intelectual y equiparada a los artículos y modas de Europa: civilización sentida como algo comprable, algo que siempre está ahí, al otro lado del océano, para el hombre Q la mujer con dinero suficiente: una actitud no muy alejada de la del político de un país nuevo que, al mismo tiempo que ensucia su propio nido, pQne plumas en otro nido que tiene en el extranjero, en una tierra de ley.
La historia oficial de la Argentina es una historia de gloria: de una guerra de independencia, con héroes, de expansión europea, riqueza, civilización. este es el pasado que Borges canta a veces; pero un tema que se repite en algunas de sus historias más recientes es el de la degeneración' cultural.
La tortura no es nueva en la Argentina. Y aunque los argentinos que se encuentran en el extranjero, cuando organizan una campaña contra tal o cual régimen, hablan como si la tortura acabara de empezada el citado régimen, en la misma Argentina todos los grupos hablan de la tortura -y la aceptan- como de una institución argentina.
En 1972, en un elegante hotel de provincias, una dama de la clase alta y de origen español (obsesionada todavía por la pureza de la raza, librando todavía las viejas guerras españolas) me dijo que la tortura en la Argentina había empezado en 1810, año en que el país se independizó de España; y -de mediana edad y delicada en la mesa, bebiendo el amarillo champán de la Argentina y hablando inglés con el acento de la escuela donde se prepara a las señoritas para la vida social- dijo que la tortura seguía siendo necesaria porque el código penal era muy benévolo. «Tienes que matar a un hombre de la manera más horrible para ir a la cárcel. "Mi cliente estaba excitado", dice el abogado. "¿Sí?", dice el juez. "¿Estaba excitado?" Y no hay cárcel.»
No era así como veía la ley un joven abogado trotskista. Pensaba solamente que la tortura la habían utilizado «la mayoría de los gobiernos» y se había convertido en «un rasgo bastante importante de la vida argentina». Al principio, su abolición no parecía formar parte del programa socialista de dicho abogado; pero luego, al reparar en mi preocupación, prometió, hablando muy aprisa, como, si yo fuera un niño al que se le pudiese prometer cualquier cosa, que la tortura desaparecería «con la caída de la burguesía».
No obstante, el alto cargo de un sindicato peronista al que vi más tarde -estábamos a .mediados de 1972 y el hombre se hallaba cerca del poder, esperando que volviera Perón- no pudo prometerme nada. Dijo -y pudiera haber estado hablando de la IIuvia~ que la tortura siempre existiría. Fue este hombre, de voz suave, razonable, que en aquel momento era aún el representante de los oprimidos, quien me dijo -el mapa del metro de París y una foto de Perón en su juventud debajo del cristal de su escritorio- que había tortura buena y tortura mala. Estaba «bien» torturar a un «malhechor»;otra cosa era torturar a «un hombre· que intenta servir al país».
y ese fue el mismo argumento que cuatro años
después adujo el almirante Guzzetti, uno de los líderes del régimen actual, cuando, defendiendo el terror, habló ante las Naciones Unidas en agosto de 1976. El almirante (que posteriormente resultó herido en un ataque guerrillero) dijo: «Mi idea de la subversión es la de las organizaciones terroristas de izquierdas. La subversión o el terrorismo de la derecha no es la misma cosa. Cuando el cuerpo social del país ha sido contaminado por una enfermedad que corroe sus entrañas, forma anticuerpos. A estos anticuerpo s no se los puede considerar de la misma
manera que a los microbios.» .
Los anticuerpo s de ayer, los microbios de hoy; los sirvientes del país de ayer, los malhechores de hoy; los torturadores de ayer, los torturados de hoy. Las ideologías argentinas, a pesar de las etiquetas de derecha o izquierda que se dan a sí mismas, son en realidad muy sencillas. Lo que hace daño al otro está bien; lo que me hace daño a mí está mal. Perón nunca fue más argentino --en sus quejas y en su valor moral- que cuando, en 1956, un año después de que los militares lo derrocasen, publicó su . propia y lacrimosa crónica de lo sucedido. Dio a su libro el título de La fuerza es el derecho de las bestias. Y lo cierto es que hubiera podido titularlo
La ley de la. selva..
En dicho libro Perón escribió: «La revolución
no tiene causa porque es solamente una reacción. Únicamente pretende deshacer lo que se ha hecho, extirpar el peronismo, arrebatarles a los trabajadores los beneficios que han conquistado.» y Perón, si viviera hoy, podría utilizar las mismas palabras para referirse al régimen actual. Tan poco ha cambiado la Argentina en los vaivenes políticos de los últimos veinte años; tan carente s de sentido han sido todas las maniobras y asesinatos.
Los coches asesinos no son nuevos. Empezaron a operar en tiempos de Perón, cuando éste se volvió contra los guerrilleros que le habían vuelto .a colocar en el poder. y los coches se hicieron más asesinos en la época de Isabel, la viuda y sucesora de Perón, cuando los enemigos se hicieron más personales, menos definible s desde una óptica política. Luego, un día, Isabel dejó de gobernar y el ciclo peronista concluyó.

Sucedió sencillamente. A última hora de una tarde, los militares, que se mantenían apartados desde hacía tiempo, hicieron secuestrar al helicóptero presidencial; e Isabel -que regresaba volando con elegancia de la Casa de Gobierno, en el centro de Buenos Aires- recibió la noticia de que la residencia presidencial, en el barrio de Olivos, adonde creía ir en aquel momento, ya no era su hogar. Según la· historia oficial, babel prorrumpió en llanto, la ex chica de cabaret que había sido la primera mujer en ocupar la presidencia de la Argentina. Primero la llevaron a un campo de aviación de la ciudad; después, bajo vigilancia, la trasladaron a la residencia presidencial para que recogiera sus ropas. Al llegar a la casa, trató de inducir al servicio doméstico a ponerse de su lado. Creía que aquellas personas estaban con ella, que le eran leales. Pero ellas, acostumbradas a las súbitas llegadas y salidas de los presidentes argentinos, la ayudaron a hacer las maletas y nada más.
Así terminó todo para ella, la pobre chica nacida en la pobre provincia norteña de La Rioja. Estaba en un cabaret del lejano Panamá cuando conoció al exiliado Perón en 1956, un año después de su derrocamiento, a los cuatro años de la muerte de Eva Perón. A Isabel nunca la presentaron como sustituta de Eva Perón; y a Perón sus seguidores jamás le reprocharon el haberse unido a ella. Para la Argentina machista, infinitamente comprensiva ante las necesidades de un hombre, Isabel no era más que la nueva mujer al lado del líder. Y cuando volvió con Perón a la Argentina en 1973, llegó solamente como «embajadora de paz», la «verticalizadora», la mujer que con su amor debía unir a la Argentina, mientras Perón se ocupaba del odio.

«Perón conduce, Isabel verticaliza.» Las palabras resultan tan difíciles en español como en inglés; pero ésta fue una de las consignas de los últimos días del gobierno de Perón, en 1974, cuando el peronismo ya había demostrado que no era nada más que palabras, y el gobierno de Perón y su corte era como una continuación de la histeria que los había traído de nuevo al país; cuando los carteles oficiales impresos complementaban las pintadas y las paredes de Buenos Aires parecían destartaladas carteleras. Tantos carteles, rápidamente desfasados: siempre algún mártir nuevo al que llorar (y olvidar en el plazo de una semana: nada tan muerto, en la Argentina peronista, como el cartel político de la semana pasada), tantas muertes violentas que vengar: el líder procurando siempre mantenerse a flote sobre. una expresión colectiva de ira, quejas y odio.
Ahora hay silencio. Isabel sigue detenida en alguna parte del sur, tema de chismorreos que se desvanecen; una instantánea privada que han facilitado las autoridades demuestra que engordó durante su permanencia en el poder. Muchas de las personas que gobernaron con ella se han dispersado. El astrólogo López Rega -era el «manager» de Isabel cuando ésta era cabaretera en Panamá, y más adelante fue secretario de Perón- se halla fuera del país; el actual gobierno le ha acusado de malversar grandes sumas de dinero durante su período· como ministro de· Bienestar.
Continúan los escándalos políticos relacionados con la vuelta de Perón al poder, así como los escándalos financieros de su mandato y del mandato de Isabel. Fueron los guerrilleros quienes posibilitaron el regreso de Perón; ellos fueron el recio brazo derecho del movimiento peronista en 1972 y 1973 . Pero, ¿eran todos guerrilleros? Los secuestros y los atracos a los bancos ... ¿eran todos por la causa? ¿ O parte del guerrillerismo andaba mezclado con las grandes empresas argentinas? Esta vez especulando, no con tierras o con la caída del peso, sino con el idealismo y la pasión, la sangre auténtica y la tortura.
A los militares les gustan las paredes limpias; y las paredes de Buenos Aires aparecen ahora enjabelgadas y desnudas. Pero aquí y allá las fantasmales pintadas políticas de los viejos tiempos asoman debajo del jabelgue: el «Evita vive» de 1972; los emblemas del movimiento juvenil peronista; el lema electoral de los peronistas en 1973: «Cámpora a la presidencia, Perón al poder»; la posterior, y peronísticamente inevitable, proclamación de «Cámpora traidor»: amigo transformado misteriosamente en enemigo, ahora una parte sin importancia dé la historia muerta de la Argentina, el fantasma de un fantasma: toda esa historia muerta asomando débilmente debajo del jabelgue militar.
Del propio Perón ya no se habla mucho. Está muerto; finalmente, defraudó a todo el mundo; él y los años· que él desperdició pueden saltarse. En la Argentina, la historia es menos un intento de dejar constancia y entender que un hábito de reordenar hechos inconvenientes; es un proceso de olvido. y los políticos e intelectuales de la clase media que hicieron campaña por el retorno de Perón, los que con su improbable conversión a la causa peronista hicieron que esta causa fuera tan abrumadora en 1972 y 1973, ahora evitan el tema o no hablan de él con entera claridad.
Dicen que tenían la esperanza de cambiar el movimiento desde dentro; o dicen, más fantasiosamente, que lo que en realidad querían era peronismo sin Perón. Pero fue a Perón a quien invitaron a volver del exilio para gobernarles; y le invitaron a volver -incluso con su astrólogo-- porque querían lo que él les ofrecía.
En su falsa autobiografía, La razón de mi vida, Eva Perón dice que se enteró de que existía la pobreza cuando contaba once años. «y lo extraño es que no me doliese tanto la existencia de los pobres como el saber que al mismo tiempo había ricos»: ese dolor a causa de los ricos -ese dolor a causa de otras personas-,- fue siempre la base del atractivo popular del peronismo. Esa fue la sencilla pasión -más que el «nacionalismo» o la «tercera posición» de . Eva Perón- que incendió a la Argentina.
Eva Perón dedicó su breve vida política a burlarse de los ricos, las cuatrocientas familias que se repartían la posesión de la mayor parte de lo que era valioso en los casi tres millones de kilómetros cuadrados de la Argentina. Se burló de ellos y les hirió en la misma forma· en que ellos la habían herido; y su posterior santidad oficiosa dio un toque religioso a su causa destructiva.
Aun cuando se acabó el dinero, el peronismo pudo ofrecer odio a guisa de esperanza. Y, a la postre, ésa fue la razón por la cual la Argentina virtualmente se unió para pedir la vuelta de Perón, pese a que el primer período de su gobierno había terminado en represión y desastre, y a pesar de que era un hombre muy viejo y se encontraba a las puertas de la muerte. En sus dieciocho años de exilio, mientras la Argentina se debatía de gobierno en gobierno, Perón se había mostrado curiosamente consecuente. Se había convertido en el argentino quintaesenciado: al igual que Eva hiciera antes que él, al igual que todos los argentinos, era una víctima, alguien que tenía enemigos, alguien que sentía ese dolor causado por los demás. Con el paso de los años, sus enemigos se multiplicaron; sus viejas palabras de queja argentina comenzaron a sonar como
. profecías (La revolución no tiene una causa»; «Los militares gobiernan pero nadie obedece»); hasta que finalmente dio la impresión de haberse transformado en el enemigo del enemigo de todo e] mundo.
El Peronismo nunca fue un programa. Fue una insurrección. Durante más de treinta años, la Argentina ha permanecido en estado de insurrección. La semejanza no es con ningún país de Europa, como a veces dicen los escritores argentinos. La semejanza es con Haití, después de la rebelión de los esclavos encabezada por Toussaint: una bárbara sociedad colonial hecha de modo parecido, igualmente parasitaria de una civilización alejada, e incapaz de regenerarse porque la esclavitud proporcionaba la única pauta de comportamiento humano, y ser un hombre significaba solamente ser capaz de aliviar ese dolor causado por otros, ser como el amo.
Eva Perón encendió el fuego. Pero la idea de reforma no se hallaba a su alcance. Eva Perón' estaba demasiado herida, era demasiado inculta; pertenecía a su sociedad; y siempre fue una mujer entre machos. Christophe, emperador de Haití, construyó la Citadella con un inmenso coste de vidas al igual que de dinero: el modelo eran las fortificaciones británicas de Brimstone Hill, en la pequeña isla dSaint Kitts, donde Christophe había nacido en la esclavitud y aprendido el oficio de sastre. Del mismo modo Eva Perón en el poder, suprimiendo los documentos de su primera infancia y, pese a ello, no sobrepasando jamás las ideas de la infancia, pretendió solamente competir con los ricos en su crueldad y riqu~za y estilo, en sus artículos importados. Era su propia persona y su triunfo lo que ofreCÍa al pueblo en cuyo nombre actuaba ..
Sus enemigos ayudaron a santificarla. Después de la caída de Perón, en 1955, sus enemigos expusieron al público la ropa de Eva, incluyendo sus prendas íntimas. Eva llevaba muerta tres años; pero esa exhibición (especialmente la de los paños menores) fue una forma argentina, macha, de violación; y, además, se pretendía que el pueblo sufriese una conmoción al ver la extravagancia y la vulgaridad de su .gran dama. Fue una medida poco sincera: los propios violadores no tenían unos ideales más elevados, y el despliegue de aquella riqueza de cuento de hadas -una riqueza inimaginable que había pasado a poder de alguien que era de los pobres- se sumó a la leyenda de Evita.
Veinte años después de su muerte, Eva encontró la legitimidad. Su pequeño cuerpo embalsamado -medía metro cincuenta y siete y, en el momento de su muerte, estaba consumida- descansa ahora en la cripta de la familia Duarte en el cementerio de la Recoleta, la necrópolis de la clase alta bonaerense. Las avenidas de piedra y mármol de la ciudad mimética aparecen llenas de los grandes nombres de la Argentina, o de nombres que hubieran sido grandes si el país hubiese estado mejor construido; ahora sólo es posible ver estos nombres como parte de un pasado pretencioso, fracasado. Esta legitimidad, esta dignidad, era lo único que deseaba la muchacha de Los Toldos; necesitó una insurrección, un trastrocamiento del estado, para alcanzarla.
En los primeros tiempos del peronismo Eva fue promovida como santa, y ahora está por encima del peronismo y de la política. Eva es su propio culto; ofrece protección a los que creen en ella. Allí donde no hay instituciones dignas de confianza, ni códigos, ni ley, ni seguridades seculares, la gente tiene necesidad de fe y de magia. Y la Naturaleza es abrumadora en la Argentina: los hombres pueden sentirse abandonados en esa tierra de altas montañas y enormes espacios vacios. (El desierto y el monte bajo y las montañas separan la provincia norteña de La Rioja de la tierra, más suave pero también ilimitada, de la pampa: La Rioja, sitio de esperanza vieja, perdida, la ciudad fundada en medio de la desolación subandina a finales del siglo XVI, después de México y el Perú, como otra de las bases españolas para la búsqueda de El Dorado.) La desolación siempre parece cercana en la vastedad de la Argentina: ¿cómo llegaron aquí los hombres, cómo han resistido?
En esa desolación crecen los cultos, y éstos pueden dar sensación de mundo antiguo. Como el culto de la mujer conocida por La Difunta Correa. En una fecha que se desconoce, dicha mujer cruzaba el desierto a pie. No tenía nada que comer; no había agua en el desierto; y murió. Pero su bebé (o el bebé que parió antes de morir) fue encontrado con vida, chupando el pecho de la muerta. Ahora, a la vera de los caminos, se alzan capillas en recuerdo suyo, y en estas capillas la gente deja botellas de agua. El agua se evapora: se la ha bebido la Difunta Correa. La Difunta Correa tomó el agua: el sencillo milagro se renueva incesantemente.
Eva Perón es ahora una figura de esa clase, sin fechas ni política. Y se hacen ofrendas en la cripta de los Duarte en la Recoleta. El sarcófago no es visible, pero se sabe que está allí. La mañana en que fui al cementerio había lirios blancos atados con un pañuelo blanco a la barandilla negra, y había una sola, marchita rosa roja, indeciblemente conmovedora. En el suelo, sin ninguna protección, yacía una mantilla blanca envuelta en plástico. Llegó una mujer con una ofrenda de flores. Era una mujer del pueblo, con el cuerpo rechoncho de la persona en cuya dieta hay demasiadas féculas. Había venido de lejos, de Mendoza, en el otro extremo de la pampa.
(Mendoza, la región vinatera al pie de los Andes, donde bajo la brillante luz meridional y el aire límpido crecen, agigantándose, los árboles importados de Europa, el sauce y el plátano; y a un lado el panorama limita siempre con la pared gris-azul de las montañas. Pero no son los verdaderos Andes coronados de nieve: éstos se mostrarán un día, muy alejados, aparentemente sin apoyo, como una débil y blanca sobreimpresión en mitad del cielo, dando una idea nueva del tamaño, despertando un sentimiento de maravilla, no sólo por los conquistadores del siglo XVI que pasaron por aquí, sino también por los incas, que, sin conocer la rueda, extendieron su dominio hasta una región tan meridional, y cuyos canales de riego siguen utilizando los cultivadores de Mendoza.)
La señora venida de Mendoza tenía una hija enferma; espástica o poliomielítica: no quedó claro. «Hace quince años híce la promesa.» Es decir, en 1962, cuando Eva Perón llevaba muerta diez años y Perón seguía en el exilio, sin ninguna esperanza de regresar; cuando se daba por perdido el cuerpo embalsamado de Eva. Ahora se había producido el milagro. El cuerpo estaba allí; la hija se había restablecido lo suficiente como para que su madre cumpliera el voto




La señora depositó las flores en el suelo; se quedó quieta durante un ratito, contemplando la barandilla y la cripta sin
inscripción; y luego volvió a ser ella misma, vigorosa, disponiéndose a irse. Dijo: «Ya cumplí.»

06 septiembre, 2008 21:17  
Blogger G.F. said...

Es todo?...

15 septiembre, 2008 22:43  
Anonymous Anónimo said...

hola yo queria darles una noticia que nadie nos escucha aca en sauce viejo hay un degenerado y la policia no hace nada este lleva el apodo polaco le mostraba sus partes intima a una nena de 3 años y el desgraciado anda como si nada en la calle no sabemos mas que hacer necesitamos ayuda urgente

26 febrero, 2009 21:27  

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